19 marzo 2009

Ahora sí,el callejón de la Ravelo

Ayer, bordeando las siete de la "madrugada", me estacioné sobre la calle Ravelo, en las proximidades de la avenida Duarte; a unos ciento veinticinco metros al oeste de esta gran arteria comercial, para ser mas exacta. Había acudido ahí a esa hora, con la intención de que Julito recibiera su dinerito lo mas temprano posible, a través del servicio de envío de valores a que ya hice referencia.

Aquel lugar es francamente lúgubre, hostil si se quiere; pocos capitaleños desconocen a qué me refiero. Después de examinar "detectivezcamente" las cercanías y ocultar mi cartera en el lugar mas secreto del vehículo, hice acopio de todo mi valor y bajé con la mano ocupada por un sobre manila usado, que mas bien aparentaba ser un documento. Desagradable sorpresa!!!!!!!!! el departamento que maneja la paquetería comenzaba a laborar a partir de las ocho de la mañana. Tomé la decisión de esperar esa larga hora, la otra opción, impensable; significaba pérdida de tiempo, gasto extra de combustible y lo que es peor, arriesgarme a no encontrar donde parquearme otra vez. Habiendo retornado al vehículo, tomé todas la precausiones de seguridad a mi alcance, y sin proponérmelo siquiera, entré en estado de "alerta máxima", lo que es habitual en estas circunstancias.

A unos pocos metros en frente de mí, descubrí la musa que me inspira; era imposible que pasara desapercibido: se trataba de un pasaje estrecho de unos .80 metros de ancho, sin mas linderos que las paredes de dos casuchas contiguas y cuya profundidad, a juzgar por el gentío que de allí salía, debía ser mucha. Pensándolo mejor, aquel callejón remeda a los orificios microscópicos que se abren en la tierra y "vomitan" hormigas ad infinitum.

Tengo la certeza de que ni en las deliberaciones mas fantasiosas de Jorge Luis Borges, habitaron jamás semejantes personajes. Por momentos tuve la sensación de estar en platea presenciando una parodia o tal vez una tragicomedia. Aquellas escenas rocambolescas me hicieron perder la noción del tiempo; pasando de la incredulidad al asombro y de éste a la alerta máxima y de nuevo a la incredulidad en un círculo que parecía interminable.

El primer personaje que tengo conciencia haber visto fue un joven, a lo sumo 22 años, estatura mediana, prelavados a las caderas, camiseta mangas largas, cachucha de medio lado; un Pedro Navaja de la vida. Sus movimientos eran robóticos, sus brazos parecían tirados por hilos invisibles, en movimientos extravagantes. Daba la impresión de hablar con alguien imaginario. Algo a lo lejos y detrás de mi ubicación parecía llamarle poderosamente la atención; me llené de pánico, casualmente una anciana acababa de pasar por mi lado y llevaba debajo del brazo una cartera, la va a asaltar, pensé; pero la señora, a quien seguía por el retrovisor, se alejaba hasta desaparecer de las inmediaciones y él, afortunadamente, permanecía impávido; mirando aquello detrás de mí, que nunca supe lo que era..... Salió otro mozalbete de aquel boquete, no reparé en su conducta, pero sí en el hecho de que rechazó algo que el anterior quería pasarle y había sacado del espacio comprendido entre el tobillo y los tenis que llevaba puestos. Finalmente, "Pedro Navaja" abordó un motoconcho y para gran alivio, desapareció de mi vista.

No bien repuesta del susto anterior, dí un brinco involuntario en mi asiento; una sombra en la ventanilla me había sacado de mis pensamientos, al voltear la cara me dí cuenta de que era una muchacha de aspecto harapiento, que había visto salir del mismo lugar que los anteriores y los siguientes. Utilizaba la reflexión del entintado de la ventanilla para arreglarse aquellas greñas, que delataban falta de peine por varias semanas; se percató de mi fija mirada, sonrió medio nerviosa, se miró de nuevo en su improvisado espejo y se marchó.

Siguieron saliendo personajes pintorescos por la brecha: tiene edad indeterminada, la miseria y posibles licencias marcaron su rostro inmisericordemente; salió de allí con movimientos agitados, paso rápido, andaba y desandaba, parecía no saber a donde ir. Ataviada con una faldita corta, blusa generosísima, zapatos cerrados, tacos medianos y las piernas sucias como si hubiera entrado en un lodazal. Cuando menos lo esperaba, pues ya había salido de escena, apareció frente a mi parabrisas con la mano extendida y el ceño fruncido pidiendo dinero. Al mismo tiempo, por el medio de la calle pasaba un hombre adulto, vendiendo el Diario Libre, y un señor en la otra acera, se paraba frente a un icono religioso pegado en una jipeta, lo tocaba y se besaba la mano.

Se acercaba la hora esperada, al fin saldría de ese infierno ante el que Dante hubiera palidecido!!!!!!!! Me ocupaba ese pensamiento, cuando salió corriendo hacia la acera, un hombre joven de complexión mediana; los cabellos rojizos arreglados en una "cola de caballo". Se detuvo al borde de la misma, bajó a la calle, para inmediatamente volver a subir a la acera e internarse en la compañía de autobuses, de donde emergió segundos después con el pelo suelto, tan ensortijado como el del futbolista colombiano famoso(Carlos Valderrama) y un galón lleno de agua en una mano. Se puso de cuclillas en plena calle, se echó todo el contenido del recipiente en la cabeza, se exprimió el pelo como si de ropa se tratara, se arremangó la raída camisa y salió veloz con la mirada dirigida hacia el infinito.

Por fin!!!!!!!!!!!!!!!!! las 8:00 en punto.
Bajé del vehículo, pasé por el frente del callejón, sin atreverme siquiera a deslizar una mirada hacia dentro; tramité el envío y me alejé, ilesa aún, a toda marcha.

2 comentarios:

  1. Vaya, en ese callejón había de todo.

    Me encantó la forma en que nos contaste esta experiencia.

    Hasta la próxima.

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  2. Lupita,
    No solo es que hay de todo, es con la inseguridad y paranoia que vivimos los dominicanos

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